jueves, 11 de noviembre de 2010

Cambios de última hora

Ayer, miércoles, por la mañana, tuve que salir a hacer unos recados al centro de la ciudad. La Universidad de Alicante está en San Vicente del Raspeig, junto a la ciudad de Alicante, por lo que vivo ahí. San Vicente es un pueblo de 50.000 habitantes. Y digo que es un pueblo porque tiene la estructura de un pueblo cualquiera: la plaza del Ayuntamiento, la iglesia, la calle principal, el mercado...

Aprovechando que tenía que ir a hacer recados, me levanté pronto, sobre las 08:00, me duché, vi las noticias durante una hora, y para las 09:30 ya estaba en la calle. Me dejé, intencionadamente, las muletas en casa. De vez en cuando me gusta ir solo a pasear. No suelo hacerlo mucho, y menos desde que tengo que llevar muletas, pero me suele gustar adentrarme en las calles del centro del pueblo, ver a la gente ir apresurada a hacer las compras, otros en cambio se paran a charlar en las esquinas: "Que mi madre ya está bien", "Que la Paca se ha ido al pueblo porque se le ha muerto la suegra", "Que el Hércules la cagó este fin de semana".

Al día siguiente iba a tener que irme a Pamplona porque el viernes 12 tenía vez con el traumatólogo. O eso pensaba yo...

Hacía frío en la sombra, pero al sol hacía bastante calor, así que preferí ir por la sombra. Iba en vaqueros, con una camiseta negra, una chaqueta negra y un palestino blanco y negro. Me gusta vestir de negro. Creo que era el único estudiante que estaba por la calle a esas horas. Todo lo demás eran amas de casa, empresarios con traje y corbata, abuelos sentados en bancos, otros de pie apoyados en sus bastones viendo la vida que ya va demasiado rápida...

Las calles son viejas, y son todas iguales, pero la zona de la iglesia tiene mucha actividad. Hay bastantes bares. Tras terminar los recados subí unas escaleras que daban a la plaza de la iglesia y me paré a observar. Vi un bar al que ya había ido otras veces y, ya que no había desayunado, decidí entrar. El bar era blanco, acogedor, sonaba música chill-out, como de costumbre, y eso me gustaba porque me hacía relajarme y olvidarme de la universidad y del pie. De repente el hilo musical cambió a música folk y jazz. Era una mezcla rara pero me gustaba. Me pedí un café cortado y una napolitana, y me senté en una mesa. Me cobraron 2 euros. En Pamplona eso no hubiese bajado de 3 euros.



Me gustan los bares tranquilos, y me gusta ver a gente sentada en ellos. Había un padre con un hijo pequeño desayunando, dos abuelas tomando un café y una tostada con mermelada, y tras de mí entró otra chica que iba sola. Me gusta imaginarme la vida de la gente. En qué trabajarán, qué hacen ahí esas horas... La chica que entró última era guapa y estaba sola, tenía el pelo rubio y estaba triste, porque se limitaba a dar vueltas a su café con la cucharilla mientras miraba al infinito. Nos cruzamos las miradas y me puse a leer el periódico. No había ninguna noticia interesante, así que me puse a buscar faltas de ortografía en las noticias. Suena un poco extraño pero me gusta buscar faltas de ortografía en las noticias de los periódicos. Me relaja. Y siempre encuentro alguna.

Cuando terminé salí a la calle, y sonó mi teléfono móvil. Era mi madre:

- Pablo, han llamado de la Clínica San Miguel - La clínica San Miguel era donde me habían operado y, como he dicho, estaba citado ahí para el viernes.
- Ya, y qué pasa - le pregunté.
- Me han dicho que el viernes no te puede ver el traumatólogo porque tiene una operación.
- No jodas, ¿y ahora qué hago? - dije enfadado.
- Me han dicho que te pueden dar cita mañana jueves por la mañana. ¿Tú podrías?

Y así, de pronto, me enteré de que esa misma tarde debía ir a Pamplona. Con las prisas y el susto no me había dado cuenta de que mientras había estado hablando con mi madre también había estado andando sin saber dónde ir. Así que cuando colgué el teléfono me di cuenta de que estaba perdido. Había acabado en la otra punta de la ciudad. Por fin llegué a casa, cambié el billete del autobús, hice la maleta, dejé el cuarto ordenado y fui a comer. Como mi autobús salía a las 20:20 no pude ir a clase porque tendría que estar en Alicante para las 20:00, así que estuve toda la tarde tocando la guitarra.

Cuando eran las 19:30 salí a la calle. Hacía mucho frío. Llamé a la compañía de taxis y pedí uno. Iba cargado con mi cámara reflex, las muletas, y una maleta pequeña. Tuve que llamar 3 veces porque no llegaba el taxi. Había muchísimo tráfico y para colmo las calles cercanas estaban cortadas. Me puse nervioso y llegué a pensar en que iba a perder el autobús. Al final llegó el taxi, me monté en él rápido y en eso que me sonó el móvil. Estaba muy estresado. No me gustan los imprevistos y normalmente suelo llegar pronto a los sitios. Era mi madre.

- Pablo, ¿ya estás montado en el bus?
- ¿Qué, pero qué dices? Si aún son las... - dije nervioso.
- ¿Pero a qué hora sale tu autobús? - me preguntó extrañada.
- A las 20:20, ¿pues? - contesté aún más extrañado.
- Pero si son las 21:00... ¿no estás en el autobús?
- ...

Colgué el teléfono. ¿Eran las 21:00? Si ya estaba nervioso ahora aún estaba más. Me dirigí al taxista:

- Perdona, ¿qué hora es?
- Las 20:00, ¿por, tienes prisa? - me contestó tranquilo.
-... No... no, gracias, por saber.

Volví a llamar a mi madre y ésta me volvió a asegurar que eran las 21:00. Yo había mirado mi hora en el reloj del taxi y en el del móvil y estaba seguro de que eran las 20:00. Le dije a mi madre que mirase otro reloj, y se empezó a reir diciendo que había estado mirando un reloj al que aún no le habían cambiado la hora. Suspiré, conté hasta tres, y colgué. Ya había sido bastante estrés por hoy.

A las 20:20 salió mi autobús conmigo dentro. Estaba al fondo del autobús y tenía 4 asientos para mí solo.

Iba a ser un viaje largo... 10 horas de largo...

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