sábado, 9 de octubre de 2010

Muletas emocionales

Esta tarde no he ido a clase porque no era importante y prefiero andar lo mínimo posible. Aburrido en la habitación me sonaba el teléfono. Era un amigo.

"Pablo, vamos a a hacer cena en el ático. ¡Vente!"

Mi amigo no ha necesitado apenas convencerme. Ahora acabo de llegar de la cena. Hemos hecho barbacoa en el ático y hemos estado tomando unas cervezas y hablando de temas diversos; desde la existencia o no de vida extraterrestre hasta el servicio militar. Me encantan las conversaciones de sobremesa y ver cómo el tiempo pasa sin que nadie mire al reloj. Escuchar las conversaciones de cada uno, sus preocupaciones y sus paranoias. Ser escuchado por los demás. Reirte con el típico que a la mínima se arranca a cantar mientras los demás le hacemos los coros. Notar como te sientes parte de un grupo aunque estés a 800 kilómetros de distancia.


El traumatólogo me dijo que era muy importante que llevase las muletas. Tiene razón. Pero yo creo que también son importantes otro tipo de muletas que hay que saber conservar bien: las muletas emocionales, los amigos, esos que siempre están ahí para animarte y para hacerte las cosas más fáciles. Los que, si estás triste, siempre intentarán animarte aunque sea con el peor chiste del mundo.

Tras la cena, muchos de mis amigos se han ido a tomar algo a un bar. Yo no puedo ir con las muletas y me he venido a casa. Pero no estoy triste, ni amargado por no poder haber ido. El traumatólogo me dijo que era muy importante que llevase las muletas. Cuando le vuelva a ver le diré que las que más he usado han sido mis muletas emocionales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario