viernes, 10 de septiembre de 2010

La recta final

FINALES DE AGOSTO DE 2010

Aunque seguía yendo a rehabilitación, fui a la cita con el traumatólogo de la Clínica San Miguel, cuyo nombre no diré (si luego alguien quiere que le dé los nombres de los médicos se los daré encantado). Llegué con mi madre. Las madres tienen esa peculiaridad de querer ir con el hijo al médico incluso después de cumplir los 15 años y dejar de hacer las revisiones anuales con el pediatra. Es una especie de costumbre protectora. Aunque te manden al proctólogo una madre siempre te querrá acompañar. Da igual que le digas que no, ella te acompañará, y después de reñir con ella y decirle "Mamá ya soy mayor, puedo ir solo", acabará entrando contigo a la consulta.

La Clínica no era tan grande como un hospital, pero tenía de todo. Fuimos a un mostrador largo de madera en el que me pidieron mi tarjeta de la SS. Pasamos a la sala de espera de las consultas de traumatología. No era muy grande y tampoco había mucha gente. Me senté junto a la ventana que estaba entreabierta y pude sentir el aire frío que entraba trayendo un olor a hierba recién cortada. Un jardinero bastante mayor se afanaba en cortar el cesped de los jardines del exterior. Mi madre es maestra, y como funcionaria tiene el seguro privado con el Igualatorio de Navarra. Me contó que ese jardinero trabajaba ahí desde que ella empezó a venir a la Clínica hace ya muchos años. No me extrañaba, pues era un trabajo tranquilo, alejado del alboroto de la ciudad.

Salió un hombre joven vestido con un pijama blanco, seguramente un celador o enfermero, y llamo a un paciente. Éste entró a la consulta del doctor. Estuve esperando unos 15 minutos y finalmente, volvió a salir el hombre de blanco.

- ¡¿Pablo?! - anunció a la sala.

Me levanté y seguí al hombre de blanco, quien entró a la consulta. Entré tras él. Esperaba encontrarme ahí dentro al doctor, sentado frente al ordenador, pero no había nadie. La consulta no era muy amplia. Estaba llena de pósters de plantillas deportivas, y había un esqueleto vestido con una camiseta de algún otro equipo junto a una camilla. El celador se sentó en la silla, se quedó mirando al techo mientras pensaba, y se puso a ojear informes y a teclear cosas en el ordenador. Era joven, tendría unos 32 años. Mi intuición había fallado... otra vez. No era un celador, ni un enfermero, era el doctor vestido con un pijama blanco.

Le conté mi historia, me tumbó en la camilla y me examinó. Le dije que había estado haciendo fisioterapia todo el verano del 2009, y que ahora estaba con la rehabilitación, y que no notaba ninguna mejoría. Me siguió preguntando cósas: cuándo me dolía, cuándo me dejaba de doler, qué esfuerzos realizaba normalmente, etc. Terminó diciéndome que tenía tendinitis en el tendón de aquiles derecho, pero que el dolor que tenía tan localizado en la inserción del calcáneo era mejor mirarlo más detenidamente. Además, el dolor no era exactamente en la inserción del calcáneo, sino algo más abajo.

El médico era muy agradable, gracioso, y daba mucha confianza y seguridad. Se sentó en la silla y me dijo:

- Mmmm... en la radiografía parece todo correcto. Tienes una ligera tendinitis, pero sería mejor hacerte una resonancia magnética. ¿Tú que opinas?
- Pues no sé... tú eres el médico. Haré lo que me digas. - le comenté un poco despistado.
- Bien, entonces haremos eso. Con la resonancia veremos todas las partes blandas, y si en el tendón hay algún problema, se verá.

Y tras explicarme todo bien, nos despedimos, y me fui a pedir vez a Radiología. Me dieron vez para unos días después.

El día de la resonancia llegué muy pronto, antes de la hora. Esperé en la sala de espera, que estaba muy llena, sobre todo de ancianos, seguramente con caderas rotas y cosas de esas. También había otros que esperaban vez para análisis de sangre. Al final entré, me hicieron desnudarme, me puse una bata, y entré a la sala donde estaba el gran aparato de resonancia. Era enorme, y pregunté si me tenía que meter entero. La técnico me dijo que no, que como era el tobillo tan sólo me tendría que introducir hasta la cadera. Me puso una especie de bola de gelatina en el lugar donde tenía el dolor localizado (me dijo que era un marcador), y me puso unos auriculares con música de los 40Principales. Se me olvidó decirle que el volumen estaba muy bajo, así que me pasé los 40 minutos que duró la resonancia oyendo el estruendoso sonido de la máquina.

¡¡¡TAC TAC TAC TAC TAC TAC!!!
¡¡¡PUM PUM PUM PUM!!!
¡¡¡PAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPAPA!!!
¡¡¡PRRR PRRR PRRR PRRR PRR PRR!!!
¡¡¡PIM PAM PUM PIM PAM PUM!!!

Al final el sonido se desvaneció. Me había pasado los 40 minutos mirando a la luz del techo, y me había entretenido contando las bombillas que había. Me explicó que ya estaba, y salí de la sala.

Cuando volvía a mi casa en coche junto a mi madre pensé en qué me diría el médico cuando viese las imágenes de la resonancia. ¿Sería sólo tendinitis? Tendría que esperar unos días para saberlo.

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